El Evangelio
“Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por amor de Jesús”. 2 Cor. 4:5
A menudo parece que la vida en nuestro mundo no consiste sino en un problema tras otro. Tenemos diferentes clases de problemas—familiares, financieros, de salud, de trabajo—pero lo cierto es que todos tenemos problemas. Todos tratamos de resolver estos problemas. Consultamos a un consejero acerca de nuestros problemas familiares; buscamos un segundo empleo o trabajo si estamos en dificultades financieras; vamos al doctor acerca de nuestra salud; hacemos todo lo posible por mejorar nuestra condición.
Sin embargo, hay un problema que es mucho mayor que cualquier otro. Fallar en resolverlo es más trágico que la enfermedad o la pobreza o la privación. Sin embargo, la mayoría de nosotros no hace nada al respecto. Se trata del doble problema de una mala historia personal y un mal corazón. Dios ha declarado que todo hombre, mujer, niño y niña tiene este problema.
Sus esfuerzos para solucionar sus problemas familiares, sus finanzas y la salud son importantes, pero encontrar la manera de borrar su terrible historia personal ante el tribunal de Dios y borrar la depravación de su corazón es aún más importante y hasta fundamental para poder solucionar sus otros problemas. Por último, si usted no encara el problema de su mala historia y su mal corazón y le encuentra solución, sería mejor para usted que nunca hubiera nacido.
Por interés en su presente y eterno bienestar, considere la naturaleza de su principal problema para que pueda encontrarle su única solución.
Una mala
historia personal
Todo ser humano en este mundo tiene una mala historia personal en el cielo, a menos que, por supuesto, ya haya sido borrado por Dios mismo mediante su benignidad y misericordia. Dios ha dicho que “todos están bajo pecado” y que “no hay justo, ni siquiera uno” (Romanos 3:9-10).
Como criaturas hechas por Dios, somos responsables ante Él. No sólo estamos sujetos a Sus leyes que gobiernan el universo físico, como la ley de gravedad, sino que estamos sujetos a Sus leyes morales. No escogimos ser Sus vasallos, pero eso no cambia nuestra responsabilidad ante El. El es Dios, y nosotros somos Sus criaturas.
Nuestra responsabilidad ante Dios es semejante a nuestra responsabilidad para con nuestra nación. Cuando uno nace, inmediatamente queda sujeto a las leyes de su patria. Por consiguiente, si usted rehúsa pagar los arbitrios, o si se roba la propiedad de alguien, o si asalta a alguien, y lo prenden, a usted lo considerarán responsable por su actividad criminal. Las autoridades civiles se encargarán de que usted sea juzgado, sentenciado y castigado de acuerdo a lo que haya hecho. Usted no podrá escapar de la responsabilidad de haber cometido ese crimen, aunque alegue que usted nunca estuvo de acuerdo con las leyes. La línea al calce no trata sobre su conformidad con las leyes terrenales o sus sentimientos respecto a ellas, sino sobre su responsabilidad hacia la autoridad bajo la cual usted vive.
Ahora usted debe encarar no sólo la realidad de que usted es una criatura hecha por Dios y responsable ante Dios, sino también el hecho de que ha pecado contra Dios y que Dios lo ha juzgado merecedor de un eterno castigo por sus pecados. Esta es la primera parte de su principal problema: Usted tiene una mala historia personal ante Dios, una historia por el cual Dios va a condenarlo en el día del juicio a menos que haya sido absuelto legalmente.
El Dios que lo creó y ante el cual usted es responsable, lo conoce a usted completamente. La Biblia nos enseña que “no hay cosa creada que no sea manifiesta en Su presencia; antes bien, todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta”(Hebreos 4:13 ). Dios ve todo lo que usted hace, bien sea en público o en secreto. “Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos” (Proverbios 15:3).
Más aún, este mismo Dios mantiene en cuidadoso registro de cada desviación que usted hace de Su ley moral. El toma nota de cada desviación moral en pensamiento, palabra, actitud, y en hecho. Y las Escrituras nos dicen que en el día del juicio, los libros que contienen esas historias personales serán abiertos, y usted será juzgado por lo que está escrito en ellos. “Y vi un gran trono blanco, y al que estaba sentado en el, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apocalipsis 20: 11-15). Ahora bien, ¿no le hace temblar el saber que Dios conoce sus pecados y que ha determinado juzgarlo por esos pecados?
Considere la amplitud y la profundidad de su pecado contra Dios y Su ley. En los Diez Mandamientos El le ha ordenado amarlo con todo su ser, no tener otros dioses delante de Él, adorarlo y servirle de acuerdo a Su voluntad revelada y no de acuerdo a la imaginación humana, santificar Su nombre y Su palabra, apartar y guardar el día de adoración señalado por El y descansar de su trabajo durante ese día, honrar el gobierno que El designó (padre, madre o cualquiera otra persona que Dios haya puesto en autoridad sobre usted), no asesinar ni odiar, no cometer adulterio ni fornicación, no robar, no mentir y ni siquiera desear en su corazón lo que Dios prohíbe (Éxodo 20:1-17).
Cuando alguien le preguntó a Jesús cuál era el gran mandamiento en la ley, El replicó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:34-39). De acuerdo a las Escrituras, ¿no está usted condenado por quebrantar Sus mandamientos? Puede tener una historia limpia con la policía aquí en la tierra, pero tiene una historia criminal en el cielo.
Más aún, lo que hace este problema tan grave es que usted no puede hacer nada por cambiar su historia personal; sólo Dios puede bregar con su mala historia. Usted no puede entrar sigilosamente en la corte celestial y alterar su historia. Usted no puede engañar a Dios y hacerle creer que Él cometió un error al juzgarlo a usted como un pecador que merece el infierno, aduciendo su moralidad externa o su actividad religiosa. La corte celestial no puede ser sobornada. Dios requiere que el pecado se pague por completo: “La paga del pecado es la muerte” (Romanos 6:23). La santa ley de Dios debe ser satisfecha, o Dios no sería justo.
Si usted verdaderamente encara la seriedad de este problema, todos los otros problemas en su vida parecerán pequeños. Usted clamaría a Dios y le suplicaría que tenga misericordia. De hecho, en el evangelio se halla la misericordia de Dios. En el evangelio, Dios soberana y gentilmente exonera de su culpa a los pecadores y satisface la demanda de Su justicia castigando un sustituto que lleva la carga de sus pecados.
Pero antes de considerar la solución del evangelio para su dilema, necesitamos considerar la otra cara de este problema. Usted no sólo tiene una mala historia personal en el cielo, sino también un mal corazón en la tierra.
Una mal corazón
En las Escrituras, Dios claramente afirma que el corazón de todos los hombres es malo. Jeremías 17:9 dice, “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso”. En otro lugar leemos que “el corazón de los hijos de los hombres está lleno de mal y de insensatez” (Eclesiastés 9:3). Más aún, Jesús claramente enseño que la fuente del mal tiene sus raíces en el corazón de los hombres. Él dijo, “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (Marcos 7:21-23). El pecado no es creado por el ambiente. ¡El pecado brota del mal corazón del hombre! Este es el otro aspecto de su principal problema, un corazón incorregible, que ama el pecado, que odia Dios, está en enemistad con Dios, y no quiere ni puede sujetarse a la ley de Dios. (Romanos 8:7).
Usted probablemente no piensa que es tan malo como la Biblia dice que usted es, porque su corazón es engañoso. Es un experto no solamente en engañar a otros, sino en engañarlo a usted. Con un completo desprecio por la descripción que hace Dios de su terrible condición, su corazón lo engañara haciéndolo pensar que usted realmente no es tan malo. Le dirá que en el fondo usted está “OK”, no perfectamente, sino “OK”. ¡Pero usted no ve que esa misma respuesta es evidencia de un corazón perverso! Su conciencia debe afirmar las verdades reveladas por Dios; pero en cambio, niega, distorsiona y encubre estas verdades con mentiras. Además, ¿no es cierto que las cosas que Dios le prohíbe hacer son las mismas que usted ama y practica? ¿ Y no son las cosas que Dios le manda hacer, las mismas que usted odia y no quiere hacer?
Esto es ciertamente un problema, porque, ¿cómo va a vivir en el cielo con un mal corazón? El cielo sería como un infierno para usted, porque allí no encontraría nada que satisficiera sus ansias pecaminosas. Adorar a Dios y vivir para Él es el modo de vivir en el cielo. ¿No lo aburriría (y aún lo frustraría y lo enfurecería) si usted permaneciera con un corazón contrario a Dios y a Su voluntad? Además, Dios nunca le permitiría entrar en Su reino como un pecador rebelde. Dios trae a Su reino a los pecadores perdonados con corazones purificados, pero nunca a pecadores rebeldes con corazones corruptos.
Ahora bien, lo que hace esta parte de su problema tan grande es que usted no puede cambiar su corazón. La Palabra de Dios dice, “¿Puede el etíope mudar su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer el mal?” (Jeremías 13:23). La contestación obvia a esta pregunta retórica es “No”. Un hombre o un animal no puede mudar su piel; es parte de su naturaleza. Igualmente, hombres con malos corazones no pueden hacer el bien porque es contrario a su naturaleza.
Sí, es cierto que usted puede cambiar algo de su conducta externa, pero no puede cambiar las inclinaciones de su corazón. Un hombre puede permanecer sin tener sexo fuera del matrimonio, pero en su corazón estará la lujuria. Un hombre puede resolver ir a la iglesia y diezmar, pero su corazón todavía estará lejos de Dios. Una mujer puede refrenar sus labios para no hablar calumnias y mentiras, pero no podrá dejar de odiar en su corazón.
Este es el segundo aspecto de su principal problema. Usted no sólo tiene una mala historia personal en el cielo, el cual no puede cambiar, sino que también tiene un mal corazón en esta tierra, que tampoco puede cambiar. A menos que usted no se enfrente con estas malas noticias, nunca comprenderá las buenas noticias del evangelio de Jesucristo. El evangelio es buenas nuevas sólo a aquellos que han llegado a darse cuenta de que están completamente impotentes en su desdichada condición como pecadores.
Una historia limpia
y un corazón cambiado
El evangelio de Jesucristo es la buena noticia acerca de lo que Dios, en Su gracia soberana, ha hecho a través de Su Hijo, el Señor Jesucristo, para limpiar la maldad registrada en el cielo y para cambiar los malos corazones de una multitud de pecadores.
Considere lo que Jesús dijo en la última cena con Sus discípulos justamente antes de que El fuera a morir. El dijo, “Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre, que es derramada por vosotros” (Lucas 22:20). Jesús resumió el propósito de Su misión en esas tres palabras, “el nuevo pacto”. Todo lo que el Señor Jesús hizo al despojarse de Su gloria y venir a la tierra como un verdadero hombre, todo lo que hizo en su vida sin pecado, todo lo que estaba a punto de hacer mediante Su muerte como un sustituto portador del pecado, por Su pueblo y por Su gloriosa resurrección, llevó hasta el establecimiento y la culminación del nuevo pacto.
Pero, ¿qué prometió Dios en el nuevo pacto? Las escrituras registran la esencia del nuevo pacto en Jeremías 31:33: “Este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré Mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón… perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.”
El nuevo pacto consiste principalmente en el otorgamiento de dos bendiciones. (1) Dios promete que no recordará más los pecados e iniquidades de Su pueblo. En otras palabras, Dios dice que limpiará el registro de sus pecados para siempre; no tomará en cuenta sus pecados nunca más. En la corte del cielo, Su pueblo está libertado de su culpa. (2) Dios promete poner Sus leyes en los corazones de Su pueblo y escribirlas en sus mentes. En el nuevo pacto Dios cambia los corazones de Su pueblo de tal modo que Sus leyes, que en otro tiempo eran rechazadas y odiadas, son inscritas en los corazones de Su pueblo de tal modo que ellos las desean y se deleitan en obedecerlas. En aquello en lo cual Dios se deleita, ellos también se deleitan ahora. Lo que aflige a Dios, ahora también les causa a ellos aflicción. Además, la ley de Dios no sólo está escrita en sus corazones de tal modo que desean guardarla, sino que Dios los capacita mediante Su poder para guardarla más y más durante esta vida terrenal, y guardarla perfectamente cuando entren al cielo.
Por consiguiente, en el nuevo pacto, Dios, como el Juez y Justificador de Su pueblo, borra su mala historia personal. Como el Médico de las almas, El cambia y cura sus corazones enfermos por el pecado. Esta es la buena nueva: por la gracia de Dios, se ha hecho una provisión completa para borrar el registro malo y cambiar los corazones de cualquiera que venga a Dios mediante la fe en Jesucristo. Esta es la única solución a su mayor problema.
Resolviendo el problema
Ahora bien, ¿qué significado tiene todo esto para usted? Primero, observe que no significa que usted debe resolver cambiar su vida para que su historia personal no empeore. ¡No! Ese no es el mensaje del evangelio. Aún cuando usted pudiera enderezar su vida y nunca tener otra mancha en su historia celestial, su mala historia siempre proyectaría su sombra amenazante sobre usted, como una montaña que se cierne sobre usted, debido a sus pasados años de vivir en pecado. No añadir más pecados a la montaña de pecado que usted ya ha amontonado, no lo librará de hundirse en el infierno. “Enderece su vida y viva rectamente” no es el evangelio de Jesucristo.
Más aún, el mensaje del evangelio no es, “decida que va a vivir para Jesús y comience a seguirlo”. Teniendo un mal corazón, nunca querrá hacerlo, ni podrá hacerlo. Ese es el problema. Su mal corazón está decidido a complacerse a sí mismo y no a Jesús. Usted no puede seguir a Jesús tal como está. Usted tiene que convertirse. Tiene que ser cambiado desde el interior. ¡Usted tiene que tener un nuevo corazón!
Además, el mensaje del evangelio no es, “solamente crea algunos datos sobre Jesús (que Jesús murió en la cruz por los pecadores, etc.) y entonces haga una oración y cree que todo está bien”. ¡No! Ese no es tampoco el llamado del evangelio.
El mensaje del evangelio es, “Ven a Jesús”. Él es el mediador del nuevo pacto (Hebreos 12:2-4). Es al venir a El que se reciben las bendiciones del nuevo pacto. Clame a Cristo para su salvación. Acepte que usted se ha rebelado contra El, que ha roto la ley de Dios innumerables veces, y que es tan malo como la Escritura dice que es, un pecador que merece el infierno. Arrójese sobre Jesucristo y Su misericordia. Reclame los beneficios del nuevo pacto prometido a todos los que en verdad claman a Él. Pídale que limpie su registro y cambie su corazón.
Cristo dijo, “Venid a Mí, todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Si usted está laborando bajo la carga de su mala historia personal y agobiado por la desesperanza de su mal corazón, vaya a Cristo para resolver su problema y que Él le dé descanso. Sólo Cristo puede aplicar los beneficios del nuevo pacto. El es su mediador. El mensaje del evangelio no es, “Venga al altar”. No es, “Venga a un cuarto donde lo interrogaremos”. No es, “Vaya a un ministro”. Estos son actos físicos. El mensaje del evangelio es, “Venga a Cristo solamente a través de la fe”. Este es un acto espiritual. Clame a Cristo para que perdone sus pecados y le dé un nuevo corazón.
Es importante recordar que cuando Dios salva a un pecador, Dios le confiere las dos bendiciones principales del nuevo pacto. Tenga cuidado de no pensar que su historia personal ha sido limpiada, si usted no se deleita en la ley de Dios y se esfuerza en guardarla. ¡Esto es imposible! Dios nunca confiere una bendición sin la otra. El nunca limpia la mala historia personal de un pecador sin también cambiar el corazón del pecador. Es una herejía que condena el alma, creer que uno ha sido salvado de la culpa registrada e irá al cielo, mientras que continúa viviendo con un corazón sin cambiar y desobedeciendo y despreciando la voluntad de Dios en su vida. Si Dios no le ha dado el odio al pecado (todo pecado, no solamente algunos pecados) y una determinación de abandonar todos sus pecados, usted se ha engañado y todavía tiene un mal corazón. Clame al Señor para que le perdone su tonta presunción y para que le cambie su corazón.
Cristo, el mediador del nuevo pacto, es la única solución a su problema principal. ¿Ha actuado Dios sobre este problema en su vida? ¿Le ha asegurado Dios que sus pecados han sido borrados, y que su mala historia personal ha sido limpiada por el sacrificio sustituto expiatorio de Cristo? ¿Demuestra su vida que Dios le ha dado un nuevo corazón? Si no es así, busque a Cristo hoy. Clame a Jesús, el mediador del nuevo pacto. Ruegue que le muestre Su misericordia. Nadie nunca ha perecido por falta de misericordia a los pies de Jesús. Allí hay misericordia tan amplia como su pecado, pero recuerde que se encuentra sólo a Sus pies, y en ninguna otra parte.
Este escrito es una traducción de un panfleto basado en un sermón predicado por Albert N. Martin, pastor de Trinity Baptist Church de Montville, New Jersey (dirección postal: P.O. Box 569, Montville, New Jersey 07045). Permiso obtenido.
Traducido por Magda Soto de Fernández.
Impreso en los EEUU.
Printed in the USA by:
Chapel Library
A Ministry of Mt. Zion Bible Church
Preguntas y Respuestas.
¿Cuál es el mensaje del evangelio?
J.I. Packer
En pocas palabras, el mensaje evangelizador es el evangelio de Cristo y de él crucificado, el mensaje del pecado del hombre y de la gracia de Dios, de la culpabilidad humana y del perdón de Dios, de un nuevo nacimiento y de una vida nueva por el don del Espíritu Santo. Es un mensaje compuesto de cuatro ingredientes esenciales.
1. El evangelio es un mensaje acerca de Dios. Nos cuenta quién es él, cómo es su carácter, cuáles son sus normas y qué requiere de nosotros, sus criaturas. Nos dice que le debemos nuestra existencia; que para bien o para mal estamos siempre en sus manos y bajo su mirada; y que nos hizo para adorarle y servirle, para expresar nuestra alabanza y para vivir para su gloria. Estas verdades son el fundamento de la religión teísta;1 y hasta que se comprendan, el resto del mensaje del evangelio no será ni convincente ni relevante. Es aquí, con la afirmación de la total y constante dependencia del hombre en su Creador, que se inicia la historia cristiana.
Podemos aprender de Pablo en esta coyuntura. Cuando predicaba a los judíos, como en Antioquía de Pisidia, no necesitaba mencionar el hecho de que todos los seres humanos son criaturas de Dios. Podía dar por sentado este conocimiento por parte de sus oidores porque éstos profesaban la fe del Antiguo Testamento. Podía empezar inmediatamente a declararles que Cristo era el cumplimiento de las esperanzas del Antiguo Testamento. Pero cuando predicaba a los gentiles, que no conocían el Antiguo Testamento, Pablo tenía que ir más atrás y comenzar desde el principio. Y el principio desde donde Pablo comenzaba en dichos casos era la doctrina de Dios como Creador y el hombre como criatura creada. Por eso, cuando los atenienses le pidieron que explicara lo que estaba diciendo acerca de Jesús y la resurrección, Pablo les habló primero de Dios el Creador y para qué hizo al hombre. “El Dios que hizo el mundo… pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y… ha hecho todo el linaje de los hombres… para que busquen a Dios” (Hech. 17:24-27). Esto no fue, como han supuesto algunos, un trozo de apologética2 filosófica de un tipo al cual renunció Pablo más adelante, sino la primera lección básica de la fe teísta. El evangelio comienza enseñándonos que nosotros, como criaturas, dependemos totalmente de Dios, y que él, como Creador, tiene derecho absoluto sobre nosotros. Solo cuando hemos comprendido esto podemos ver lo que es el pecado, y solo cuando vemos lo que es el pecado podemos comprender las buenas nuevas de salvación del pecado. Tenemos que saber lo que significa llamar Creador a Dios antes de poder captar lo que significa hablar de él como Redentor. No se logra nada hablar del pecado y la salvación en situaciones donde esta lección preliminar no ha sido aprendida en alguna medida.
2. El evangelio es un mensaje acerca del pecado. Nos explica cómo hemos fallado en cumplir las normas de Dios, cómo llegamos a ser culpables, inmundos y dependientes del pecado, y cómo nos encontramos ahora bajo la ira de Dios. Nos dice que la razón por la cual pecamos continuamente es que somos pecadores por naturaleza, y que nada de lo que hacemos o tratamos de hacer por nosotros mismos puede reconciliarnos o conseguirnos el favor de Dios. Nos muestra cómo Dios nos ve y nos enseña a pensar de nosotros mismos como Dios piensa de nosotros. Por lo tanto, nos lleva a desesperarnos de nosotros mismos. Y éste es también un paso necesario. No podemos llegar a conocer al Cristo que salva del pecado hasta no haber comprendido nuestra necesidad de reconciliarnos con Dios y nuestra inhabilidad de lograrlo por medio de ningún esfuerzo propio.
He aquí una dificultad. La vida de cada uno incluye cosas que causan insatisfacción y vergüenza. Cada uno tiene algún cargo de conciencia por cosas en su pasado, cosas en que no han alcanzado la norma que se puso para uno mismo o que de él esperaban otros. El peligro es que en nuestra evangelización nos conformemos con evocar recuerdos de estas cosas y hacer que la gente se sienta incómoda por ellas, y luego describir a Cristo como el que nos salva de estas faltas que cargamos, sin siquiera cuestionar nuestra relación con Dios. Pero ésta es justamente la cuestión que tiene que ser presentada cuando hablamos del pecado. Porque la idea misma del pecado en la Biblia es que es una ofensa contra Dios que obstaculiza la relación del hombre con Dios. A menos que veamos nuestras faltas a la luz de la Ley y santidad de Dios, no las consideramos en absoluto como pecados. Porque el pecado no es un concepto social, es un concepto teológico. Aunque los pecados son cometidos por el hombre, y muchos pecados son contra la sociedad, el pecado no puede definirse ni en términos del hombre ni de la sociedad. Nunca sabemos qué realmente es el pecado hasta no haber aprendido a pensar en él en términos de Dios y a medirlo, no por normas humanas, sino por el criterio de la demanda total de Dios sobre nuestra vida.
Lo que tenemos que entender, entonces, es que los remordimientos del hombre natural no son de ninguna manera lo mismo que la convicción del pecado. No es, por lo tanto, que un hombre se convenza del pecado cuando está afligido por sus debilidades y las faltas que ha cometido. Convicción de pecado no es meramente sentirse abatido por lo que uno es, por sus fracasos y su ineptitud para cumplir las demandas de la vida. Tampoco es salvadora una fe si el hombre en esa condición recurre al Señor Jesucristo meramente para que lo tranquilice, le levante el ánimo y lo haga sentirse seguro de sí mismo. Tampoco estaríamos predicando el evangelio (aunque podamos suponernos que sí) si lo único que hiciéramos fuera presentar a Cristo en términos de lo que el hombre siente que quiere: “¿Eres feliz? ¿Te sientes satisfecho? ¿Quieres tener tranquilidad? ¿Sientes que has fracasado? ¿Estás harto de ti mismo? ¿Quieres un amigo? Entonces acércate a Cristo, él satisfará todas sus necesidades”—como si el Señor Jesucristo fuera un hada madrina o un superpsiquiatra… Estar convencido de pecado significa no solo sentir que uno es un total fracaso, sino comprender que uno ha ofendido a Dios, y ha despreciado su autoridad, le ha desobedecido y se ha puesto en su contra, de manera que ha arruinado su relación con él. Predicar a Cristo significa presentarlo como Aquel quien por su cruz vuelve a reconciliar al hombre con Dios…
Es muy cierto que el Cristo real, el Cristo de la Biblia quien se nos revela como un Salvador del pecado y un Abogado ante Dios, en realidad da paz, gozo, fortaleza moral y el privilegio de ser amigo de los que confían en él. Pero el Cristo que es descrito y deseado meramente para hacer que los reveses de la vida sean más fáciles porque brinda ayuda y consolación, no es el Cristo verdadero, sino un Cristo mal representado y mal concebido; de hecho, un Cristo imaginario. Y si enseñamos a las personas a confiar en un Cristo imaginario, no tendremos nada de base para esperar que encuentren una salvación verdadera. Hemos de estar en guardia, entonces, contra equiparar una conciencia naturalmente mala y el sentirnos desagraciados con la convicción espiritual de pecado, y así omitir de nuestra evangelización el hacer entender a los pecadores la verdad básica acerca de su condición, a saber, que su pecado los ha separado de Dios y los ha expuesto a su condenación, su hostilidad e ira, de modo que su primera necesidad es restaurar su relación con él…
3. El evangelio es un mensaje acerca de Cristo: Cristo, el Hijo de Dios, encarnado; Cristo, el Cordero de Dios, muriendo por el pecado; Cristo, el Señor resucitado; Cristo, el Salvador perfecto.
Es necesario destacar dos cosas en cuanto a declarar esta parte del mensaje: (i) No se debe presentar a la Persona de Cristo aparte de su obra salvadora. A veces se afirma que es la presentación de la Persona de Cristo, en lugar de las doctrinas acerca de él, lo que atrae a los pecadores a sus pies. Es cierto que es el Cristo viviente quien salva y que ninguna teoría sobre la expiación, por más ortodoxa que sea, puede sustituirlo. Pero cuando alguien hace esta observación, lo que usualmente sugiere es que una enseñanza doctrinal no es indispensable en la predicación evangelística, y que lo único que el evangelista necesita hacer es presentar una descripción vívida del hombre de Galilea que iba por todas partes haciendo el bien, y luego asegurar a sus oyentes que este Jesús todavía está vivo para ayudarles en sus dificultades. Pero a un mensaje así no se le puede llamar evangelio. No sería en realidad más que una adivinanza, que sirve solo para desconcertar… la verdad es que la figura histórica de Jesús no adquiere sentido hasta no saber de la Encarnación: que este Jesús era realmente Dios, el Hijo, hecho hombre para salvar a los pecadores de acuerdo con el propósito eterno del Padre. Tampoco tiene sentido la vida de Jesús hasta que uno sabe de la expiación, que él vivió como hombre a fin de morir como hombre para los hombres, y que su Pasión y su homicidio judicial fueron realmente su acción salvadora de quitar los pecados del mundo. Ni puede uno saber sobre qué base acudir a él hasta saber acerca de su resurrección, ascensión y actividad celestial: que Jesús ha sido levantado, entronizado y coronado Rey, y que vive para salvar eternamente a todos los que aceptan su señorío. Estas doctrinas, sin mencionar otras, son esenciales al evangelio… La realidad es que sin estas doctrinas no tendríamos ningún evangelio que predicar.
(ii) Pero hay un segundo punto complementario: no debemos presentar la obra salvadora de Cristo separadamente de su Persona. Los predicadores evangelísticos y los que hacen obra personal a veces cometen este error. En su preocupación por enfocar la atención en la muerte expiatoria de Cristo como el fundamento único y suficiente para que los pecadores puedan ser aceptados por Dios, presentan la invitación a tener una fe salvadora en estos términos: “Cree que Cristo murió por tus pecados”. El efecto de esta exposición es representar la obra salvadora de Cristo en el pasado, disociada de su Persona en el presente, como el objeto total de nuestra confianza. Pero no es bíblico aislar de este modo la obra del Obrador. En ninguna parte del Nuevo Testamento el llamado a creer es expresado en estos términos. Lo que requiere el Nuevo Testamento es fe en (en) o adentrarse en (eis) o sobre (epi) Cristo mismo, poner nuestra fe en el Salvador viviente quien murió por los pecados. Por lo tanto, hablando estrictamente, el objeto de la fe salvadora no es la expiación, sino el Señor Jesucristo, quien hizo la expiación. Al presentar el evangelio, no debemos aislar la cruz y sus beneficios del Cristo a quien pertenecía la cruz. Porque las personas a quienes les pertenecen los beneficios de la muerte de Cristo son simplemente las que confían en su Persona y creen, no simplemente por su muerte salvadora, sino en él, el Salvador viviente “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” dijo Pablo (Hech. 16:31). “Venid a mí…y yo os haré descansar,” dijo nuestro Señor (Mat.11:28).
Siendo esto así, enseguida vemos claramente que la cuestión de la amplitud de la expiación, que es algo de lo cual se habla mucho en algunos ambientes, no tiene ninguna relación con el contenido del mensaje evangelístico en este sentido en particular. No me propongo discutir esta cuestión ahora, ya lo he hecho en otro lugar.3 No estoy preguntando aquí si piensas que es cierto decir que Cristo murió a fin de salvar o no a cada ser humano del pasado, presente y futuro. Ni le estoy invitando ahora a decidirse sobre esta cuestión, si no lo ha hecho ya. Lo único que quiero recalcar aquí es que aun si cree que la afirmación anterior es cierta, su presentación de Cristo al evangelizar no debería diferir de la que presenta al hombre que no cree que sea cierta.
Lo que quiero decir es esto: resulta obvio que si un predicador cree que la afirmación “Cristo murió por cada uno de ustedes”, hecha a cualquier congregación, sería algo que no se puede verificar y que probablemente no es cierta, se cuidaría de incluirla en su predicación del evangelio. Uno no encuentra afirmaciones tales en sermones como, por ejemplo, los de George Whitefield 4 o de Charles Spurgeon. Pero ahora, la cuestión es que, aun si alguien piensa que esta afirmación sería cierta si la hiciera, no es algo que necesita decir ni tendría jamás razón para decirla cuando predica el evangelio. Porque predicar el evangelio, como acabamos de ver, significa llamar a los pecadores a acudir a Jesucristo, el Salvador viviente, quien, en virtud de su muerte expiatoria, puede perdonar y salvar a todos los que ponen su fe en él. Lo que tiene que decirse acerca de la cruz cuando se predica el evangelio es sencillamente que la muerte de Cristo es el fundamento sobre el cual Cristo perdona. Y eso es lo único que hay que decir. La cuestión de la amplitud designada de la expiación no viene para nada al caso… El hecho es que el Nuevo Testamento nunca llama a nadie al arrepentimiento sobre el fundamento de que Cristo murió específica y particularmente por él.
El evangelio no es: “Cree que Cristo murió por los pecados de todos, y por lo tanto por los tuyos” como tampoco lo es: “Cree que Cristo murió solo por los pecados de ciertas personas, y entonces quizá no por los tuyos”… No nos corresponde pedir a nadie que ponga su fe en ningún concepto de la amplitud de la expiación. Nuestro deber es conducirlos al Cristo vivo, llamarlos a confiar en él. Esto nos trae al ingrediente final del mensaje del evangelio.
4. El evangelio es un llamado a la fe y al arrepentimiento. Todos los que escuchan el evangelio son llamados por Dios a arrepentirse y creer. “Pero Dios… manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan,” le dijo Pablo a los atenienses (Hech. 17:30). Cuando sus oyentes le preguntaron qué debían hacer para “poner en práctica las obras de Dios”, nuestro Señor respondió: “Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado” (Juan 6:29). Y en 1 Juan 3:23 leemos: “Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo…”.
El arrepentimiento y la fe pasan a ser una cuestión de deber por el mandato directo de Dios, por lo tanto la impenitencia e incredulidad son señaladas en el Nuevo Testamento como pecados muy serios. Estos mandatos universales, como lo hemos indicado anteriormente, van acompañados con promesas universales de salvación para todos los que obedecen: “Que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (Hech. 10:43). “El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apoc. 22:17). “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Estas palabras son promesas que Dios cumplirá mientras dure el tiempo.
Necesitamos decir que la fe no es meramente un sentido de optimismo, así como el arrepentimiento no es un mero sentido de lamentarse o de remordimiento. La fe y el arrepentimiento son acciones, y acciones del hombre integral… la fe es esencialmente entregarse, descansar y confiar en las promesas de misericordia que Cristo ha dado a los pecadores, y en el Cristo que dio esas promesas. De igual modo, el arrepentimiento es más que sentir tristeza por el pasado, el arrepentimiento es un cambio de la mentalidad y del corazón, una vida nueva de negarse a uno mismo y servir al Salvador como Rey en lugar de uno mismo… Necesitamos presentar también dos puntos más:
(i) Se requiere fe al igual que arrepentimiento. No basta con decidir apartarse del pecado, renunciar a hábitos malos y tratar de poner en práctica las enseñanzas de Cristo siendo religiosos y haciendo todo el bien posible a otros. Aspiraciones, resoluciones, moralidad y religiosidad no son sustitutas de la fe… sino que si ha de haber fe, primero tiene que haber un fundamento de conocimiento: el hombre tiene que saber acerca de Cristo, su cruz y sus promesas antes de que la fe salvadora pueda ser una posibilidad para él. Por lo tanto, en nuestra presentación del evangelio, tenemos que enfatizar estas cosas, a fin de llevar a los pecadores a abandonar toda confianza en sí mismos y confiar totalmente en Cristo y en el poder de su sangre redentora para hacerlos aceptos a Dios. Nada que sea menos que esto es fe.
(ii) Se requiere arrepentimiento al igual que fe… Si ha de haber arrepentimiento, tiene que haber, volvemos a decirlo, un fundamento de conocimiento… Más de una vez, Cristo deliberadamente llamó la atención a la ruptura radical del pasado que involucra ese arrepentimiento. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame… todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mat. 16:24-25). “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida [o sea: considerarlos a todos en segundo lugar] no puede ser mi discípulo… cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Luc. 14:26, 33). El arrepentimiento que Cristo requiere de su pueblo consiste del rechazo contundente a poner cualquier límite a las demandas que él pueda hacer a sus vidas…Él no tenía interés en juntar grandes gentíos que profesaran ser sus seguidores para luego desaparecer en cuanto se enteraban de lo que seguirle requería de ellos. Por lo tanto, en nuestra propia presentación del evangelio de Cristo, tenemos que poner un énfasis similar en lo que cuesta seguir a Cristo, y hacer que los pecadores lo enfrenten con seriedad antes de instarlos a responder al mensaje de perdón gratuito. Simplemente por honestidad, no debemos ignorar el hecho de que el perdón gratuito en un sentido cuesta todo; de otro modo, nuestro evangelizar se convierte en una especie de estafa. Y donde no existe un conocimiento claro, y por ende nada de reconocimiento realista de las verdaderas demandas de Cristo, no puede haber arrepentimiento y por lo tanto tampoco salvación.
Tal es el mensaje evangelístico que somos enviados a anunciar.
—-
1. teísta – creer en un Creador y Soberano del mundo personal
2. apologética – método defensivo de argumentar
3. Introductory Essay (Composición introductoria) es un pequeño folleto de Chapel Library.
4. George Whitefield (1714-1770) – el evangelista mejor conocido del siglo XVIII.
De Evangelism & the Sovereignty of God (Evangelismo y la soberanía de Dios) por J. I. Packer. Copyright (c) 1961 Inter-Varisty Fellowship, Inglaterra. Usado con permiso de InterVarsity Press, PO Box 1400, Downers Grove, Illinois 60515 (EE.UU.). www.ivpress.com.
Usamos este artículo porque expresa el verdadero mensaje del evangelio. El uso de este artículo no significa nuestro apoyo a la participación del Dr. Packer en la organización “Evangelicals and Catholics Together”.
Cortesía de Chapel Library
¿Qué significa el pecado?
J.C. Ryle
“El pecado es infracción de la ley”. (1 Juan 3:4)
1. Comenzaré el tema ofreciendo algunas definiciones del pecado. “Pecado”, hablando en general es… “la imperfección y corrupción de la naturaleza de todo hombre que ha sido engendrado naturalmente de los descendientes de Adán; por lo cual el hombre dista de tener la justicia y rectitud original, y está, por su propia naturaleza, predispuesto al mal, de manera que la carne lucha siempre contra el espíritu; y, por lo tanto, cada persona nacida en el mundo merece la ira y condenación de Dios”.1 Pecado es esa enfermedad moral extensa que afecta a toda la raza humana de toda posición, clase, nombre, nación, pueblo y lengua, una enfermedad sin la cual solo uno nació de mujer. ¿Necesito decir que ese Uno es Cristo Jesús el Señor?
Es más, afirmo que “un pecado”, hablando más particularmente, consiste en hacer, decir, pensar o imaginar cualquier cosa que no se conforma perfectamente a la mente y Ley de Dios. “Pecado”, en suma, como dicen las Escrituras, es “infracción de la ley” (1 Juan 3:4). El más leve desvío externo o interno del paralelismo
matemático absoluto con la voluntad y el carácter revelado de Dios es un pecado, e inmediatamente nos hace culpables ante Dios.
2. La pecaminosidad del hombre no comienza de afuera, sino de adentro. No es resultado de una mala formación en los primeros años. No se contagia de las malas compañías y los malos ejemplos, como les gusta decir a algunos cristianos débiles. ¡No! Es una enfermedad de familia, que todos heredamos de Adán y Eva, nuestros primeros padres, y con la cual nacemos. Creados “a la imagen de Dios”, inocentes y rectos al principio, nuestros padres cayeron de la rectitud y justicia original, y pasaron a ser pecadores y corruptos. Y desde ese día hasta ahora, todos los hombres y mujeres nacen caídos, a la imagen de Adán y Eva, y heredan un corazón y naturaleza con una predisposición al mal. “El pecado entró al mundo por un hombre”. “Lo que es nacido de la carne, carne es”. “Éramos por naturaleza hijos de ira”. “Los designios de la carne son enemistad contra Dios”. “Porque de dentro, del corazón… salen los malos pensamientos, los adulterios” y cosas similares (Rom. 5:12 ; Juan 3:6; Ef. 2:3; Rom. 8:7; Mar. 7:21).
3. En cuanto a la extensión de esta extensa enfermedad moral llamada “pecado”, cuidémonos de no equivocarnos. El único fundamento seguro es el que nos presenta las Escrituras. “Todo designio de los pensamientos de su corazón” es por naturaleza “malo” y eso “continuamente” (Gén. 6:5). “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso” (Jer. 17:9). El pecado es una enfermedad que invade y se extiende por cada parte de nuestra fibra moral y cada facultad de nuestra mente. El entendimiento, los afectos, el poder de razonar y la voluntad están todos infectados de un modo u otro. Aun la conciencia está tan ciega que no se puede depender de ella como un guía seguro, y puede llevar a los hombres al mal haciéndolo parecer bien, a menos que sean iluminados por el Espíritu Santo. En suma “desde la planta del pie hasta la cabeza no hay… cosa sana” en nosotros (Isa. 1:6). La enfermedad puede disimularse bajo un velo fino de cortesía, buena educación, buenos modales y decoro exterior, pero duerme en las profundidades del ser… en lo espiritual está totalmente “muerto” y no tiene nada de conocimiento natural, ni amor, ni temor de Dios. Lo mejor del ser humano está entrelazado y entremezclado con corrupción de tal modo que el contraste no hace más que destacar más claramente la verdad y la amplitud de la Caída. Que una misma criatura sea en algunas cosas tan altruista y en otras tan interesada, tan grande en unas y tan poca cosa en otras, a veces tan noble y otras veces tan innoble; tan magnífico en su concepción y ejecución de cosas materiales y sin embargo tan bajo y vil en lo que concierne a sus afectos… todo es una gran enigma para los que desprecian la “Palabra escrita de Dios” y se burlan de nosotros considerándonos idólatras de la Biblia. Pero es un nudo que podemos desatar con la Biblia en nuestras manos…
Además de esto, recordemos que cada parte del mundo testifica del hecho que el pecado es la enfermedad universal de toda la humanidad. Hagamos un sondeo en todo el mundo de este a oeste, de polo a polo; investiguemos cada nación de cada clima en todos los puntos cardinales de la tierra; investiguemos cada rango y clase en nuestro propio país, desde el más elevado al más inferior, y bajo toda circunstancia y condición, el resultado será siempre el mismo… En todas partes el corazón humano es por naturaleza “engañoso más que todas las cosas, y perverso” (Jer. 17:9). Por mi parte, no conozco una prueba más fuerte de la inspiración de Génesis y el relato de Moisés del origen del hombre, que el poder, la extensión y la universalidad del pecado…
4. En cuanto a la culpabilidad, vileza y lo ofensivo del pecado ante los ojos de Dios, mis palabras serán pocas… No creo que, por la naturaleza de las cosas, el hombre pueda percibir para nada la pecaminosidad extrema del pecado ante los ojos de ese Ser santo y perfecto con quien tenemos que contender.
Nosotros, por otra parte, pobres criaturas ciegas, hoy aquí y mañana no, nacidos en pecado, rodeados de pecadores, viviendo en un ambiente constante de debilidad, enfermedad e imperfección, no podemos formar más que los conceptos totalmente inadecuados de lo aborrecible que es la impiedad. Pero de igual manera fijemos firmemente en nuestra mente que el pecado es lo “abominable” que Dios “aborrece”, que Dios es “muy limpio de ojos para ver el mal, ni puede ver el agravio”, que la transgresión aun más pequeña a la Ley de Dios nos “hace culpable de todas”, que “el alma que pecare, esa morirá”, que “la paga del pecado es muerte” que Dios “juzgará… los secretos de los hombres”, que hay un gusano que nunca muere y un fuego que nunca se apaga, que “los malos serán trasladados al Seol” e “irán éstos al castigo eterno”, y que “no entrará [en el cielo] ninguna cosa inmunda” (Jer. 44:4; Hab. 1:13; Stg. 2:10; Eze. 18:4; Rom. 6:23; 2:16; Mar. 9:44; Sal. 9:17; Mat. 25:46; Apoc. 21:27).
Ninguna prueba de la plenitud del pecado es, al final de cuentas, tan abrumadora e irrebatible como la Cruz y la pasión de nuestro Señor Jesucristo, y toda la doctrina de su sustitución y expiación. Muy negra ha de ser esa culpa por la que nada que no sea la sangre del Hijo de Dios, puede ofrecer satisfacción. Pesado ha de ser el peso del pecado humano que hizo gemir a Jesús y sudar gotas de sangre en la agonía del Getsemaní y clamar en el gólgota: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mat. 27:46). Estoy convencido de que nada nos asombrará tanto, al despertar en el Día de Resurrección, como la vista que tendremos del pecado y ver retrospectivamente nuestras propias faltas y defectos. Jamás hasta la hora cuando Cristo venga por segunda vez comprenderemos plenamente la “pecaminosidad del pecado”.
5. Queda solo un punto por considerar acerca del tema del pecado… lo engañoso que es. Es un punto de suma importancia, y me atrevo a decir que no recibe la atención que merece. Se ve lo engañoso que es en: 1) la predisposición increíble de los hombres de considerar al pecado menos pecaminoso y peligroso de lo que es a los ojos de Dios, y en lo pronto que pretenden atenuarlo, excusarlo y minimizar su culpabilidad. “¡Es insignificante! ¡Dios es misericordioso! Dios no es tan extremista como para tener en cuenta los errores que cometo! ¡Tenemos buenas intenciones! ¡Uno no puede ser tan puntilloso! ¿Qué tiene de malo? ¡Hacemos lo que hace todo el mundo!” ¿A quién no le resulta familiar este tipo de justificaciones? Las vemos en el montón de palabras y frases suaves que los hombres han acuñado a fin de darles una designación a las cosas que Dios llama totalmente impías y ruinosas para el alma. ¿Qué significan expresiones como “mujer fácil”, “divertido”, “loco”, “inestable”, “desconsiderado” y “tuvo un desliz”.
Y ahora… Sentémonos ante el cuadro del pecado que nos muestra la Biblia y consideremos qué criaturas culpables, viles y corruptas somos todos a los ojos de Dios. ¡Cuánta necesidad tenemos todos de un cambio total de corazón llamado regeneración, nuevo nacimiento o conversión!… Les pido a mis lectores que observen lo profundamente agradecidos que deberíamos estar por el glorioso evangelio de la gracia de Dios. Existe un remedio para la necesidad del hombre, tan amplia y grande y profunda como la enfermedad de éste. No tenemos que tener miedo de mirar el pecado y estudiar su naturaleza, origen, poder, amplitud y vileza, siempre y cuando a la vez miremos el medicamento todopoderoso provisto para nosotros en la salvación que es en Jesucristo.
—-
1. El Artículo Noveno de Book of Common Prayer (Libro de oraciones comunes). Traducción para esta obra.
De Holiness (Part One): Its Nature, Hindrances, Difficulties, and Roots (Santidad [Primera parte]: Su naturaleza, obstáculos, dificultades y raíces)
Cortesía de Chapel Library
¿Qué es el arrepentimiento?
William S. Plumer
“Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. (Lucas 13:3)
El arrepentimiento pertenece exclusivamente a la religión de pecadores. No tiene cabida en las actividades de criaturas no caídas. Aquel que nunca ha cometido un acto pecaminoso, ni ha tenido una naturaleza pecaminosa, no necesita perdón, ni conversión, ni arrepentimiento. Los ángeles santos nunca se arrepienten. No tienen nada de qué arrepentirse. Esto resulta tan claro que no hay razón para discutir el tema. En cambio, los pecadores necesitan todas estas bendiciones. Para ellos, son indispensables. La maldad del corazón humano lo hace necesario.
Bajo todas las dispensaciones, desde que nuestros primeros padres fueran despedidos del Jardín del Edén, Dios ha insistido en el arrepentimiento. Entre los patriarcas, Job dijo: “Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:6). Bajo la Ley, David escribió los salmos 32 y 51. Juan el Bautista clamó: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mat. 3:2). La descripción que Cristo hizo de sí mismo fue que había venido para llamar a “a pecadores, al arrepentimiento” (Mat. 9:13). Justo antes de su ascensión, Cristo mandó “que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Luc. 24:47). Y los Apóstoles enseñaron la misma doctrina, “testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hch. 20:21). Por lo tanto, cualquier sistema religioso entre los hombres que no incluya el arrepentimiento de hecho es falso. Dice Matthew Henry: “Si el corazón del hombre hubiera seguido recto y limpio, las consolaciones divinas quizá hubieran sido recibidas sin la previa operación dolorosa; pero siendo pecador, tiene que primero sufrir antes de recibir consolación, tiene que luchar antes de poder descansar. La herida tiene que ser investigada, de otro modo no puede ser curada. La doctrina del arrepentimiento es la doctrina correcta del evangelio. No solo el austero Bautista, que era considerado un hombre triste y mórbido, sino también el dulce y amante Jesús, cuyos labios destilaban miel, predicaba el arrepentimiento…” Esta doctrina no dejará de ser mientras exista el mundo.
Aunque el arrepentimiento es un acto obvio y muchas veces dictaminado, no puede realizarse verdadera y aceptablemente sino por la gracia de Dios. Es un don del cielo. Pablo aconseja a Timoteo que instruya en humildad a los que se oponen, “Por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad” (2 Tim. 2:25).
Cristo es exaltado como Príncipe y Salvador “para dar arrepentimiento” (Hch. 5:31). Por lo tanto, cuando los paganos se incorporaban a la iglesia, esta glorificaba a Dios, diciendo: “¡¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!!” (Hch. 11:18). Todo esto coincide con el tenor de las promesas del Antiguo Testamento. Allí, Dios dice que realizará esta obra por nosotros y en nosotros. Escuche sus palabras llenas de gracia: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Eze. 36:26-27)… El verdadero arrepentimiento es una misericordia especial de Dios. Él la da. No procede de ningún otro. Es imposible que la pobre naturaleza que ha caído tan bajo se recupere por sus propias fuerzas como para que realmente se arrepienta. El corazón está aferrado a sus propios caminos y justifica sus propios caminos pecadores con una tenacidad incurable hasta que la gracia divina ejecuta el cambio. Ninguna motivación hacia el bien es lo suficientemente poderosa como para vencer la depravación del corazón natural del hombre. Si hemos de obtener su gracia, tiene que ser por medio del gran amor de Dios hacia los hombres que perecen.
No obstante, el arrepentimiento es sumamente razonable… Cuando somos llamados a cumplir responsabilidades que somos renuentes a cumplir, nos convencemos fácilmente que lo que se nos exige es irrazonable. Por lo tanto es siempre provechoso para nosotros tener un mandato de Dios que compele nuestra conciencia. Es realmente benevolente que Dios nos hable con tanta autoridad sobre este asunto. Dios “manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hch. 17:30). La base del mandato radica en que todos los hombres en todas partes son pecadores. Nuestro bendito Salvador no tenía pecado, y por supuesto, no podía arrepentirse. Salvo esa sola excepción, desde la Caída no ha habido ni una persona justa que no necesitara el arrepentimiento. Y no hay nadie más digno de lástima que el pobre iluso que no ve nada en su corazón y su vida por lo que debe arrepentirse.
Pero, ¿qué es el verdadero arrepentimiento? Esta es una pregunta de primordial importancia. Merece toda nuestra atención. La siguiente es probablemente una definición tan buena como hasta ahora se ha dado. “El arrepentimiento para vida es una gracia salvadora operada en el corazón del pecador por el Espíritu y la palabra de Dios, por la cual nace en él un modo de ver, y un sentimiento no sólo de lo peligroso, sino también de lo inmundo y odioso de sus pecados; y al apercibir la misericordia de Dios en Cristo para aquellos que se han arrepentido, se aflige por sus pecados, los odia y se aparta de todos ellos a Dios, proponiéndose y esforzándose constantemente en andar con el Señor en todos los caminos de una nueva obediencia”1. El que esta definición es irrebatible y bíblica se va viendo con más claridad cuanto más a fondo se examina. El arrepentimiento verdadero es un dolor por el pecado que termina en una reforma. Meramente lamentarse no es arrepentirse, tampoco lo es una reforma que solo sea externa. No es la imitación de la virtud: es la virtud misma…
Aquel que realmente se arrepiente está principalmente afligido por sus pecados; aquel cuyo arrepentimiento es falso, está preocupado principalmente por sus consecuencias. El primero se arrepiente principalmente de que ha hecho una maldad, el último de que ha traído sobre sí una maldad. El uno lamenta profundamente que merece el castigo, el otro que tiene que sufrir el castigo. El uno aprueba de la Ley que lo condena; el otro cree que es tratado con dureza y que la Ley es rigurosa. Al arrepentido sincero, el pecado le parece muy pecaminoso. El que se arrepiente según las normas del mundo, el pecado de alguna manera le parece agradable. Se lamenta que sea prohibido. El uno opina que es cosa mala y amarga pecar contra Dios, aun cuando no recibe castigo; el otro ve poca maldad en la transgresión si no es seguida por dolorosas consecuencias. Aunque no hubiera un infierno, el primero desearía ser librado del pecado; si no hubiera retribución, el otro pecaría cada vez más.
El arrepentido auténtico detesta principalmente el pecado como una ofensa contra Dios. Esto incluye todos los pecados de todo tipo. Pero se ha comentado con frecuencia que dos clases de pecados parecen pesar mucho en la conciencia de aquellos cuyo arrepentimiento es del tipo espiritual. Estos son los pecados secretos y los pecados de omisión. Por otro lado, en el arrepentimiento falso, le mente parece centrase más en los pecados que son cometidos a la vista de otros y en pecados de comisión2. El arrepentido auténtico conoce la plaga de un corazón malo y una vida estéril; el arrepentido falso no se preocupa mucho por el verdadero estado del corazón, sino que lamenta que las apariencias estén tanto en su contra.
1. Catecismo Mayor de Westminster, P 76..
2. pecados de omisión… comisión – uno comete un pecado de omisión cada vez que no cumple aquello que ha sido ordenado; uno comete un pecado de comisión cuando hace algo que está prohibido
o, que siendo bueno en sí, se hace por una razón equivocada.
De Vital Godliness: A Treatise on Experimental and Practical Piety (Un tratado sobre la piedad experimental y práctica), reimpreso por Sprinkle Publications.
Cortesía de Chapel Library
¿Por qué se requiere fe?
Thomas Manton
Por qué se requiere fe para recibir las bendiciones de Cristo? Por razones: 1. Con respecto a Dios; 2. Con respecto a Cristo; 3. Con respecto a la criatura; 4. Con respecto a nuestras consolaciones.
1. Con respecto a Dios: para que nuestro corazón posea una percepción completa de su gracia, quien en el Nuevo Pacto1 aparece no como un Dios vengador y condenatorio, sino como un Dios perdonador. El Apóstol lo explica así: “Es por fe, para que sea por gracia” (Rom. 4:16). La Ley produjo pavor hacia Dios, por ser dicha ley el instrumento que revelaba el pecado y el castigo que se merecía: “Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión” (4:15), tampoco habrá ningún sentido de victoria. Pero el evangelio trajo la gracia. La Ley declaró las faltas, pero el evangelio mostró el camino de nuestra recuperación. Y por lo tanto, la fe coincide más con la gracia, ya que hace que Dios, para nosotros, sea más cariñoso y bueno, y amado por nosotros al descubrir su bondad y su gracia. La salvación del hombre por medio de Cristo, es decir, por su encarnación, vida, sufrimientos, muerte, resurrección y ascensión, tiende a llenar nuestro corazón de gracias abundantes. Lo mismo tiende a suceder con su pacto misericordioso, sus promesas generosas y todas las bendiciones que nos son dadas: su Espíritu, perdón y comunión con Dios en gloria, todo para llenar nuestro corazón con un sentimiento del amor de Dios. Y todo esto es necesario. Porque una conciencia culpable no se soluciona con facilidad, ni le es fácil buscar cualquier clase de felicidad proveniente de Aquel a quien tanto hemos ofendido. Adán, cuando ya era pecador, se escondía de Dios (Gén. 3:10); y el pecado todavía hace que vacilemos en acercarnos a él. La culpabilidad es desconfiada, y si no contamos con alguien que nos lleve de la mano y nos acerque a Dios, no podemos aguantar su presencia. Para esto sirve la fe: para que los pecadores, siendo poseídos de la bondad y gracia de Dios, puedan recuperarse y volver a él por un medio adecuado.
En el Nuevo Pacto, el arrepentimiento se relaciona más claramente con Dios, y la fe, con Cristo: “Arrepentimiento para con Dios; y… fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hech. 20:21). El arrepentimiento se relaciona más con Dios porque de Dios caímos y a Dios hemos de volver. Caímos de él cuando le retiramos nuestra alianza y buscamos en otra parte nuestra felicidad; a él volvemos como nuestra felicidad legítima y correcta.
Pero la fe tiene que ver con el Mediador,2 el que es el único remedio para nuestro sufrimiento y el medio para obtener nuestra felicidad eterna. Él abrió el camino a Dios por sus méritos y satisfacción por el pecado, y realmente nos pone en este camino por su gracia renovadora y reconciliadora, a fin de que tengamos la capacidad de agradar a Dios y disfrutarlo. Y esa es la razón por la cual insistimos tanto en la fe en Cristo como nuestro derecho y prerrogativa a la santidad del Nuevo Pacto. Tiene una habilidad y capacidad de recuperarnos del pecado para acercarnos a Dios porque se trata especialmente del Mediador por medio de quien acudimos a él.
2. Con respecto a Cristo:
[1] Porque la dispensación total de la gracia de Cristo no puede ser percibida por nada que no sea la fe. En parte porque el camino de nuestra recuperación es tan sobrenatural, extraño y maravilloso que ¿cómo podemos convencernos de él a menos que creamos el testimonio de Dios? Que el hijo del carpintero sea el Hijo del Gran Arquitecto y Constructor que diseñó el cielo y la tierra; que obtuviéramos vida por medio de la muerte de otro; que Dios se hiciera hombre y el Juez un copartícipe; y que el que no conoció pecado fuera condenado como un criminal; que un crucificado obtuviera la salvación del mundo entero y fuera Señor de la vida y de la muerte y tuviera tal poder sobre toda carne como para dar vida eterna al que él quiere, ¡la razón no entiende todo esto! Solo la fe puede darle significado… La razón considera solo las cosas que ve y siente; la razón ve los efectos y sus causas… pero la fe es creer las cosas que Dios ha revelado porque él las reveló.
Ciertamente, esto es lo único que puede mantenernos a la expectativa de la gracia y misericordia de Dios para vida eterna. Mientras actuamos tan opuestamente a las inclinaciones del corazón carnal y tengamos tantas tentaciones contrarias, ¿qué nos puede mantener firmes más que una fe fuerte y viva?
[2] Hasta que creamos en Cristo, no podremos tener consuelo ni disfrutar de todo lo que él nos ofrece. ¿Cómo podemos aprender de él el camino de salvación? Cuando creamos que él es el Profeta enviado por Dios para enseñar al mundo el camino hacia la verdadera felicidad. “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mat. 17:5). ¿Cómo podemos obedecerle? Solo cuando creamos en él como nuestro Señor, quien tiene poder sobre toda carne y ante cuyo juicio caeremos o saldremos victoriosos. “[Dios] ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hech. 17:30-31). Y, ¿cómo podemos depender del mérito de su obediencia y sacrificio, ser confortados por sus promesas y su pacto dados por su gracia, acercarnos ante Dios con confianza y esperanza de misericordia en su nombre, y estar seguros de que él nos justificará, santificará y salvará? Solo cuando creamos que es un Sacerdote que una vez hizo una expiación e intercede continuamente por nosotros (Heb. 9:25). En los días de su encarnación, cuando alguien se acercaba para obtener un beneficio de él, lo ponía a prueba diciendo: “¿Creéis que puedo hacer esto?” (Mat. 9:28). “Jesús le dijo: ‘Si puedes creer, al que cree todo le es posible’” (Mar. 9:23). “¿Crees esto?” le preguntó a Marta (Juan 11:26). Esto demuestra que no se podía recibir ningún beneficio hasta haber creído.
3. Con respecto a la santidad y obediencia que Dios esperaba de la criatura: Cristo vino para restaurarnos ante Dios, lo cual hace como el Salvador al igual que el Dador de la Ley a su iglesia. Y hasta que creamos en él, estas dos cualidades y funciones no tienen efecto.
[1] Como Salvador, vino para quitar la maldición de la Ley y darnos capacidad de servir y agradar a Dios por medio de darnos su Espíritu para renovar nuestra naturaleza y sanar nuestra alma: “El castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isa. 53:5). “Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Ped. 2:24). Jamás podremos comprender nuestro deber ni ser capaces de cumplirlo, a menos que creamos que él es un Salvador tal.
[2] Como Dador de la Ley, nos motiva por su autoridad a vivir obedientes a Dios. El reino del Mediador está claramente subordinado al reino de Dios. Porque no vino para anular nuestra responsabilidad, sino para establecerla. Vino para devolver la moneda perdida a su dueño, la oveja perdida a su pastor, al hijo perdido a su padre. Así como la gracia de Cristo no descarta la misericordia de Dios, la autoridad de Cristo… no nos libra de la autoridad de Dios. Ahora bien, ¿quién se somete a una autoridad que no le convence que lo sea o en la cual no cree? Pero en cuanto creemos, nos doblegamos enteramente ante él de corazón y de hecho.
4. Con respecto a nuestro consuelo: Las Escrituras con frecuencia representan la fe como una gracia que calma. El consuelo, la quietud y la paz del alma dependen mucho de la fe en Cristo: un Salvador totalmente suficiente, que quita nuestros temores y hace que en nuestros peores sufrimientos le confiemos nuestra felicidad a Cristo y deleitemos el alma con una paz constante y un gozo eterno. Aunque este mundo sea trastornado y se desvaneciera, aunque estemos en pobreza y enfermedad, o gocemos de salud o riquezas, aunque tengamos mala o buena reputación; aunque tengamos persecución o prosperidad, qué poco nos afectará, si sabemos en quién hemos creído (2 Tim. 1:12). El cielo está donde siempre estuvo, y Cristo está a la diestra de Dios. Qué poco, entonces, deben todas estas cosas afectar la paz y la tranquilidad del alma que vivirá con Dios para siempre (Sal. 112:7). Pero el pecado es nuestro problema más grande. Si el pecado es su problema, le respondo: “¿Es por la debilidad de la carne o su iniquidad?” Si es por debilidad “ninguna condenación hay para los que están en Cristo” (Rom. 8:1). Si es por iniquidad, apártate de tu pecado y arrepiéntete; y entonces puede haber para ti consuelo, porque Cristo vino para salvarnos de nuestros pecados.
APLICACIÓN 1: Refutar las presunciones de los hombres en cuanto a su buena condición para la eternidad, por las cuales muchos engañan, para condenación, a sus propias almas.
1. Algunos, cuando oyen que todo aquel que cree será salvo, tienen una noción carnal de Cristo. Creen que si estuviera vivo aquí en la tierra, se apropiarían de él, lo recibirían en sus casas y serían más amistosos con él de lo que lo fueron los judíos. Pero es más que conocer a Cristo “en la carne” (2 Cor. 5:16). No es cuestión de recibirlo en nuestra casa, sino en nuestro corazón. Además, no conocemos nuestros propios corazones o lo que hubiéramos hecho si hubiéramos vivido en aquel entonces. Una persona de una apariencia tan despreciable como era la de Cristo y tan franco en sus reprensiones de los pecados de la época, no nos hubiera caído bien como no les cayó a ellos. Los judíos dijeron: “Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los profetas” (Mat. 23:30). El recuerdo de Coré, Datán y Abiram era tan detestable para los judíos carnales como lo son Judas y Poncio Pilato para los cristianos; pero no eran ellos mejores hombres, ni tampoco lo somos nosotros.
2. Reverencian mucho su nombre y su recuerdo de él, profesan ser cristianos, y aborrecen a turcos e infieles. No, esto tampoco da resultado. Muchos valoran el nombre de Cristo pero descuidan su responsabilidad. Honrar al médico sin tomar sus remedios nunca sanó a nadie. Han aprendido a hablar bien de Cristo imitando a otros, pero no creen en él sinceramente para salvación, para curar y sanar sus almas ni dejar que él haga allí su obra de mediador…
3. Están dispuestos a ser perdonados por Cristo y a obtener vida eterna, pero esto es lo menos que se requiere de ellos. No lo dejan realizar toda su obra con el fin de que los santifique y los prepare para vivir para Dios, de apartarlos de sus lascivias más queridas y obvias, y de hacerlos obedientes al evangelio; o se dan por satisfechos cuando aceptan el perdón de Cristo, sin aprovechar estos beneficios o sus medios santos. Pero “puesto que tenemos tales promesas” y un Redentor tan bendito, tenemos que “limpiarnos” (2 Cor. 7:1). La obra es nuestra, pero la gracia procede de él. De allí que Gálatas 5:24 dice: “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”.
4. Algunos, por su arrogancia, creen que serán salvos y que Cristo los perdonará. Esto, que ellos llaman su fe, puede ser la falta de fe más grande del mundo. Los hombres que viviendo en sus pecados creen estar en buen camino, están creyendo exactamente lo contrario a lo que Dios ha dicho en su Palabra “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones… heredarán el reino de Dios” (1 Cor. 6:9 10). No es la fuerza de nuestro engreimiento, sino el fundamento seguro de nuestra esperanza, lo que nos sostendrá…
APLICACIÓN 2: ¿Creemos en el Hijo de Dios? Ésta será la gran cuestión para decidir nuestro destino eterno.
1. Si crees, Cristo te será precioso: “Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso” (1 Ped. 2:7). Cristo no puede ser aceptado donde no es valorado. Y cuando otras cosas compiten con él, Dios no será pródigo con su gracia.
2. Donde hay fe, el corazón será purificado: “Purificando por la fe sus corazones” (Hech. 15:9).
3. Si tú realmente crees en Cristo, tu corazón se apartará del mundo: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5:4).
4. Si tú tienes una fe auténtica, obra por amor: “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor” (Gál. 5:6).
Por estas cosas se determinará el caso. Entonces, el consuelo y la dulzura de esta verdad invaden nuestro corazón: que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
——
1. Nuevo pacto – Jer. 31:31-34; Mat. 26:27-28; Heb. 8:6-13; 10:12-20; 12:22-24.
2. Mediador – el que interviene entre dos partes para lograr una reconciliación; intermediario.
De Sermón XVI, “Sermons upon John III.16” (Sermones basados en Juan 3:16) en The Complete Works of Thomas Manton, D.D. (Las obras completas de Thomas Manton, D.D.), Tomo 2, reimpreso por Maranatha Publications.
Cortesía de Chapel Library
¿Cómo puede perdonar Dios al pecador?
Jonathan Edwards
“Por amor de tu nombre, oh Jehová, perdonarás también mi pecado, que es grande”. (Salmo 25:11)
1. La misericordia de Dios es suficiente para perdonar los pecados más grandes, así como lo es para perdonar los más pequeños, porque su misericordia es infinita. Lo que es infinito es tan superior a lo que es grande como lo es a lo que es pequeño. Entonces, siendo Dios infinitamente grande es superior a los reyes, así como lo es a los mendigos. Es superior al ángel principal, así como lo es al gusano más inferior. Una medida de lo infinito no depende de la distancia entre lo infinito y lo que no lo es. Por lo tanto, siendo la misericordia de Dios infinita, es tan suficiente para perdonar todo pecado, así como lo es para perdonar uno solo…
2. Lo que Cristo pagó por el pecado es suficiente para quitar la culpabilidad más grande, así como lo es para quitar la más pequeña. “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). “De todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree” (Hech. 13:39). Todos los pecados de quienes verdaderamente se acercan a Dios para pedir misericordia, sean los que sean, han sido saldados si Dios, quien lo dice, no miente. Y si la pena de todos ha sido saldada, es fácil creer que Dios está listo para perdonarla. De modo que Cristo, habiendo satisfecho plenamente el castigo de todos los pecados, y habiendo hecho un pago que es apto para todos, no desmerece la gloria de los atributos divinos perdonar los pecados más grandes de aquellos que de una manera correcta acuden a él pidiendo perdón. Dios puede ahora perdonar a los pecadores más grandes sin menoscabar el honor de su santidad. La santidad de Dios no lo deja pasar por alto el pecado, sino que lo lleva a dar testimonios claros de su aborrecimiento por él. Porque Cristo satisfizo el castigo por el pecado, Dios puede ahora amar al pecador y no tener en cuenta para nada su pecado, no importa lo grande que haya sido. El hecho que descargó su ira en su propio Hijo amado cuando éste tomó sobre sí la culpa del pecado es testimonio suficiente de cuánto aborrece Dios al pecado. No hay nada mejor que esto para mostrar el odio que Dios siente por el pecado…
Dios puede, por medio de Cristo, perdonar al más grande pecador sin menoscabar el honor de su majestad. El honor de la majestad divina ciertamente requiere ser satisfecho, pero los sufrimientos de Cristo reparan plenamente el agravio. Aunque la ofensa sea muy grande, si una persona tan honorable como Cristo asume la función de Mediador del que cometió la ofensa y sufre tanto por él, repara plenamente el agravio hecho a la Majestad del cielo y de la tierra. Los sufrimientos de Cristo satisfacen plenamente su justicia. La justicia de Dios, como Soberano y Juez de la tierra, requiere que el pecado sea castigado. El Juez supremo tiene que juzgar al mundo de acuerdo con la ley de la justicia… La Ley no es un impedimento para el perdón del pecado más grande, siempre y cuando el hombre realmente acuda a Dios pidiendo misericordia, porque Cristo, por medio de sus sufrimientos, ha cumplido la Ley, él cargó con la condena del pecado, “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en su madero)” (Gál. 3:13).
3. Cristo no se negará a salvar a los más grandes pecadores, quienes de la manera correcta acuden a Dios pidiendo misericordia, porque esa es su obra. Es su deber ser el Salvador de los pecadores, pues es la obra por la que vino al mundo y, por lo tanto, no se opondrá a hacerlo. No vino a llamar a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento (Mat. 9:13). El pecado es justamente el mal que vino al mundo a remediar: por lo tanto, no tendrá objeciones contra nadie porque sea muy pecador. Más pecador es, más necesita a Cristo. La pecaminosidad del hombre fue la razón por la que Cristo vino al mundo… El médico no se niega a sanar a alguien que acude a él porque tiene gran necesidad de su ayuda….
4. En esto consiste la gloria de la gracia por la redención de Cristo: en que es suficiente para perdonar a los más grandes pecadores. Todo el plan del camino de salvación es hacia este fin: glorificar la gracia de Dios. Desde toda la eternidad fue la intención de Dios glorificar este atributo; y por lo tanto es así que concibió el recurso de salvar al pecador a través de Cristo. La grandeza de la gracia divina se muestra claramente en esto: que Dios por medio de Cristo salva a los más grandes ofensores. Más grande la culpa de cualquier pecador, más gloriosa y maravillosa es la gracia manifestada en su perdón: “Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Rom. 5:20)… El Redentor es glorificado, en el sentido que da prueba de ser suficiente para redimir a los que son excesivamente pecadores, en el sentido que su sangre prueba ser suficiente para limpiar la culpa más grande, en que puede salvar al máximo y en que redime hasta de la desdicha más grande.
Es el honor de Cristo salvar a los más grandes pecadores cuando acuden a él, así como es un honor para el médico poder curar las enfermedades o heridas más desesperantes. Por lo tanto, no cabe duda de que Cristo estará dispuesto a salvar a los más grandes pecadores si acuden a él, porque no vacilará en glorificarse a sí mismo y de elogiar el valor y la virtud de su propia sangre. Siendo que se dio a sí mismo para redimir a los pecadores, no le faltará disposición para mostrar que es capaz de redimir al máximo… Si tú no aceptas la suficiencia de Cristo para perdonarte, sin ninguna rectitud y justicia propia que te recomiende, nunca llegarás al punto de ser aceptado por él. La manera de ser aceptado es acudir—no por ningún aliento que te da el saber que has podido mejorar, o que eres más digno, y no tan indigno sino—por el mero aliento de lo digno que es Cristo y lo misericordioso que es Dios.
De “Great Guilt No Obstacle to the Pardon of the Returning Sinner” (Una gran culpa no es obstáculo al perdón del pecador que vuelve) en The Works of Jonathan Edwards (Las obras de Jonathan Edwards), Tomo 2, reimpreso por Banner of Truth Trust.
Cortesía de Chapel Library
¿Qué significa ser miembro de una iglesia?
Erroll Hulse
Hay muchos creyentes que piensan que están en libertad de vivir una vida cristiana de una manera puramente individualista, usando una o varias iglesias o grupos, según su necesidad, pero sin estar comprometidos con ninguna.
También hay creyentes dentro de las grandes denominaciones para los cuales el bautismo y la asociación con una iglesia nunca llegan a ser una realidad, en el sentido bíblico. Estos creyentes a menudo forman un grupo evangélico dentro del gran cuerpo muerto al cual dan su lealtad. Alimentan la vana esperanza de que algún día ese cuerpo muerto resucite de alguna manera, o quizás que llegue un mejor ministro que cambie ese estado de cosas. Existe un sentimiento de repugnancia a dejar esta congregación, ya que se piensa que esto podría debilitar el testimonio evangélico dentro de esa estructura. Aquellos que estén en esta posición deben recordar que su primera lealtad tiene que ser a Jesucristo. Sus mandamientos exigen la obediencia. Cristo es el único fundamento sobre el cual nosotros podemos construir, y ¡pobres de nosotros, si pasamos nuestra vida trabajando con madera, heno y hojarasca!
Jesús no construyó su iglesia dentro del cuerpo moribundo de una religión apóstata. El capítulo 2 de Hechos demuestra que aquellos que creyeron fueron bautizados, y entonces, unidos, no en grupos aislados, continuaron firmes en la doctrina, la comunión, la cena del Señor, y las oraciones: Esto es una iglesia y, por tanto, esas personas son miembros de una iglesia. Los requisitos básicos para ser miembro de una iglesia son claros, y los examinaremos en las páginas siguientes.
Si miramos hacia atrás, al comienzo de la iglesia en el Nuevo Testamento, encontramos que después del sermón de Pedro en el día de Pentecostés, alrededor de 3000 personas fueron añadidas a los discípulos, de los cuales había unos 120. Probablemente había unos cuantos discípulos más en Jerusalén, quienes por varias razones legítimas, no estaban junto con los 120 en la casa en el día de Pentecostés, pero aún así, la iglesia se multiplicó en tamaño como unas veinte veces: un evento tan único como lo fue Pentecostés en sí.
Surge la pregunta de si era correcto que un número tan grande de personas se bautizara inmediatamente, y mediante el bautismo se añadieran a la iglesia. Hoy día nosotros a veces esperamos varios meses para comprobar el carácter genuino de la conversión de una persona. En contestación a esto, podemos decir que el Espíritu Santo estaba obrando de un modo extraordinario, según lo demuestran las manifestaciones sobrenaturales de vientos recios, fuego, y el don de lenguas. Estos hombres fueron objeto de una profunda y genuina obra de conversión, naciendo de nuevo del Espíritu Santo (Jn. 3:3; 1 P. 1:23). La mayoría de estas personas parecían estar bien familiarizados con las Escrituras. Pedro pudo citar ampliamente a los profetas. Los conversos probaron la genuina naturaleza de su arrepen timiento y fe siguiendo firmemente activos en cuatro áreas básicas de la vida cristiana: la doctrina de los Apóstoles, la comunión con los hermanos, el partimiento del pan, y las oraciones (cf. Hch. 2:42).
Estas prácticas cristianas se pueden considerar como actividades normales mediante las cuales se sostiene la fe de los miembros de una iglesia, en contraste con las actividades excepcionales o extraordinarias de ese tiempo. (No estamos pasando por alto el bautismo de los creyentes, que es una ordenanza que se cumple una sola vez, simbolizando la unión por fe con Cristo en su muerte, sepultura y resurrección). Maravillas, señales y prodigios fueron obrados por los Apóstoles y más tarde por algunos de los diáconos, como Esteban y Felipe. Más aún, los discípulos tenían todas las cosas en común, y aunque esto era algo que no había sido ordenado por el Señor, o que era esencial, muchos de ellos eligieron vender sus tierras y poner el dinero como un regalo a los pies de los Apóstoles (Hch. 4:37). Parece que los Apóstoles se reunían diariamente por comunión y para cenar juntos. Esto se podría atribuir justamente a un celo extraordinario, pero también debemos recordar que prevalecían circunstancias especiales en Jerusalén en ese tiempo. Muchas gentes diferentes, judíos y prosélitos de todo el mundo, trataban de estar presentes en Jerusalén durante la fiesta de Pentecostés, que era considerada como el festival religioso más importante del año. Ciertamente era la festividad que más multitud atraía. En términos de tiempo, esfuerzo y gastos, el sacrificio de llegar a Jerusalén era considerable e indicaba hondas convicciones religiosas.
Debemos recordar que Dios estaba preparando el corazón de mucha gente antes de ese notable sermón de Pedro en Pentecostés. Parecería, a juzgar por las palabras de Pedro (Hch. 2:36), que no pocos hombres que habían rechazado a Jesucristo fueron convertidos en ese día: gente que había aprobado su crucifixión. Pero sí se desprende de las indicaciones que la gran mayoría de los conversos procedentes de muchas naciones, estaban en peregrinación en Jerusalén. Esta era una fiesta religiosa, y las gentes podían reunirse diariamente, según se indica. Las circunstancias poco usuales, por consiguiente, deben tomarse en consideración, pero el seguir firmemente la doctrina de los Apóstoles, la comunión con los hermanos, la Cena del Señor, y las reuniones para orar deben ser consideradas como normales y obligatorias para cada miembro de la iglesia. Que esto es así está apoyado no solo por el ejemplo de los primeros cristianos, sino por las exhortaciones de los Apóstoles (He. 10:24-25) y el contenido en general del Nuevo Testamento (Hch. 20:16-32; Ap. 2 y 3; Ef. 4:1-16).
Hay quienes ponen en duda la validez de ser miembro de una iglesia. ¿Cómo podemos convencerlos de que este concepto es importante y bíblico? Podemos, por ejemplo, referirnos a Mateo 16:19. ¿Qué quiso decir Nuestro Señor con “las llaves del reino”? Seguramente Él estaba confiriendo autoridad a sus Apóstoles, indicando que la disciplina en la iglesia tendría que ser mantenida. Las llaves se usan para excluir y para admitir. Mucha gente, particularmente el Papado romano, ha abusado de este pasaje de Mateo y de la autoridad a que se refiere. Pero esto no quiere decir que cerremos nuestros ojos a la necesidad de la disciplina.
Los Apóstoles y sus evangelistas, como Timoteo y Tito, utilizaron la autoridad conferida por Dios para nombrar ancianos en las iglesias. Tenemos instrucciones con respecto a las cualificaciones de los ancianos, y no nos cabe la menor duda de la autoridad de tales ancianos (1 Ti. 3; Tit. 2). Los creyentes son exhortados: “Obedeced a vuestros pastores y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” (He. 13:17) Es evidente que no podemos obedecer a los ancianos a menos que estos hayan sido designados especialmente, ni los ancianos pueden gobernar a menos que haya gentes específicas por las cuales sean responsables. Cuando en Hechos 2:47 dice que las personas que habían de ser salvas eran añadidas a la iglesia, queda claro que esas personas eran individuos plenamente identificables. Los ancianos son responsables por aquellos que claramente se han unido a la iglesia, y este asunto no puede ser dejado abierto a conjeturas. Además, ellos son responsables por el examen de los nuevos miembros y su presentación a la iglesia.
Además, todos los miembros de una iglesia toman parte en la designación de los ancianos y diáconos. Los ancianos actuales reconocen los dones de aquellos que están contribuyendo a la vida de la iglesia, pastoreando en el dominio espiritual (los ancianos) o ejerciendo la administración en el dominio práctico (los diáconos). Se consulta entonces la iglesia, teniendo por objetivo la unanimidad, ya que todo el cuerpo está íntimamente afectado por un asunto tan importante como lo es el liderato. Así es que cuando Pablo escribe a “todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos”, él se está dirigiendo a un grupo de personas que han sido bautizadas en Cristo: a los miembros de una iglesia que tenía líderes específicos, ya que pasa inmediatamente a añadir “con los obispos y diáconos”.
Claro está que hay otros argumentos bíblicos que apoyan la necesidad de ser miembros de una iglesia; por ejemplo, el argumento que se basa en la popular analogía de la iglesia, que se usa en el Nuevo Testamento; esto es, la analogía al cuerpo físico. Tan íntima es la relación espiritual entre creyentes en una iglesia, que son comparados a los órganos de un cuerpo humano. Cada miembro en la iglesia es vital, así como los ojos, oídos, manos y pies son vitales para un cuerpo humano. No es posible considerar el desarrollo espiritual de un creyente sin referirse al cuerpo de cristianos del cual forma parte.
Según el cuerpo crece en conocimiento, edificación y amor, así los miembros individuales son afectados (Ef. 4:16). No es sorprendente encontrar que creyentes individuales que se han separado de un compromiso y comunión real “con el cuerpo”, a menudo están espiritualmente enfermos, o faltos de desarrollo espiritual, y no progresan como debieran en la gracia y el conocimiento. Está dentro de la esfera de la iglesia local que los miembros individuales desarrollen en comprensión, ejerciten sus dones, den, reciban y compartan la vida espiritual.
Copyright © Publicaciones Aquila
¿Existe el mandamiento de ser bautizado?
Errol Hulse
Nuestro Señor, al darles la Gran Comisión a sus discípulos, les dijo: “Id por todo el mundo, y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Mr. 16:15-16). Observe cómo Él establece una unión entre el concepto de la fe y el del bautismo. Que los creyentes no se bauticen equivale a desobedecer un mandato claro e inequívoco.
¿Quiso nuestro Señor decir que sin el bautizo del creyente nosotros no podemos salvarnos? Que esto no fue lo que Él quiso decir lo demuestra el caso del ladrón que estaba agonizando y al cual no le era posible bautizarse. Pero el hecho de que el Señor presentara este caso de esa manera es muy significativo, y sus palabras, citadas en el Evangelio según S. Marcos, armonizan con las que Mateo expresó cuando escribió: “Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mt. 28:19-20).
El bautismo debe tener lugar después que el creyente ha recibido la instrucción necesaria. Los creyentes, y solo los creyentes, deben ser bautizados. Observe que el bautismo se lleva a cabo en el nombre de la Trinidad, lo cual implica que se requiere que los conversos tengan instrucción sobre la naturaleza de Dios.
El mandato de bautizar a creyentes, y solo a creyentes, continuará hasta el fin de los siglos, lo cual está implícito en las palabras de Jesús: “Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
Copyright © Publicaciones Aquila
¿Qué simboliza el bautismo?
Errol Hulse
La unión con Cristo es el símbolo principal del bautismo. Esta unión es una unión con Él en su muerte, sepultura y resurrección (Ro. 6:4-6). Este pasaje es crucial ya que se halla entre dos grandes temas que desarrolla el apóstol Pablo en su gran epístola. En los cinco primeros capítulos de Romanos, él trata el tema de la justificación. En los siguientes tres capítulos, explica la santificación. La unión con Cristo es el punto central de ambos temas. Nosotros somos justificados debido a nuestra unión con Cristo por fe. Siendo unidos con Cristo en su muerte, el mérito redentor de esa muerte se nos imputa, y sobre esta base el Padre nos declara justificados. Entonces comenzamos a vivir una vida nueva de obediencia y santidad, siendo unidos con Cristo en su resurrección. Su vida es nuestra vida. Ya estamos unidos a Él.
Estas verdades están bella y perfectamente ilustradas en la sepultura líquida del bautismo. Aparte de la “sepultura” en el agua, no hay ninguna otra forma en que se pueda simbolizar mejor el hecho trascendental de esta unión. Una vez que entendamos que el bautismo de un creyente y la unión con Cristo van juntos, tenemos la llave no solo a los argumentos de Pablo en Romanos capítulo 6, sino también la clave para entender Efesios capítulo 4; Colosenses 2:9 a 3:10; 1 Corintios 10:1-17 y 12:12-31; y también 1 Pedro 3:18—4:2. En cada caso se hace una exhortación para vivir de una manera que sea consistente con nuestra unión con Cristo, y las referencias al bautismo deben ser interpretadas bajo este enfoque.
El bautismo del creyente también simboliza el lavamiento de los pecados (Hch. 22:16). Por consiguiente, a menos que el que se bautice haya experimentado realmente el perdón de los pecados, no se debe proceder con esta ordenanza.
Copyright © Publicaciones Aquila
- +1 (201) 348-3899
- admin@ibrnb.com
- 5510 Tonnelle Ave. North Bergen, NJ 07047
Nuestros Cultos
Domingos
Escuela dominical: 9:00 – 10:00 AM
Culto de adoración: 10:30 – 12:00 AM
Culto de adoración: 5:30 – 7:30 PM
Miércoles
Reunión de oración: 7:30 – 9:00 PM
Powered by GD Smart Design.